Por Hna Julia Barbeito.
Hechos 23:11
"A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma"
En el capítulo 27 de Hechos encontramos a Pablo en medio del mar. Era la voluntad de Dios que estuviera viajando hacia Roma. El Señor se le había presentado una noche, y le había dicho que era necesario que testificara en Roma [Hechos 23:11]. Aunque él sabía que Dios estaba en control, tanto el centurión que lo guardaba, como el piloto del barco, no habían seguido sus consejos. A pesar del peligro de seguir adelante, y habiendo visto que los vientos les eran contrarios, salieron del puerto y se encontraron con la tormenta. Este es el mundo en que nos encontramos. Sentimos el oleaje alrededor. Algunas olas golpean furiosamente nuestra nave.
¿Qué hacían los marinos? Miraban al cielo, buscando sol y estrellas. Una luz, una guía.
¿Qué hacía Pablo? Miraba hacia adentro. Se fue a buscar la quietud en su espíritu, a Aquel que había cambiado su vida, a Aquel que lo guiaba en toda situación y quien le envió un ángel de luz para animarlo diciéndole:
"Pablo, no temas..." [27:24]
Aun el gran Apóstol de los gentiles había sentido temor de no llegar a su meta.
Podía confiar en que el que había comenzado la buena obra la completaría, con tormenta o sin ella. De ahí pasa de prisionero a padre de todos los de la nave. Reconocen que él tiene algo que a ellos les falta. La nave encalla y la tormenta pasa, pero vemos que el Señor se encarga de que Pablo continúe su viaje hasta llegar a Roma. El gozo al encontrar hermanos en Italia nos hace ver que necesitaba el apoyo de los suyos;
de saberse entre familia: el cuerpo de Cristo. El Señor del Universo es también Señor de las tormentas.
Busquémosle para recibir ese poder y compartamos con otros las buenas nuevas.
No hay que temer.